Torrijas: historia, tradición y actualidad de un dulce con alma
Conoce la historia, las variantes regionales y la receta original de este postre que ha pasado de los fogones humildes a las vitrinas de alta pastelería.
En muchas casas, el olor a leche infusionada con canela y pan frito es un recuerdo de infancia. Es el aroma de la Semana Santa, de las abuelas cocinando sin receta escrita, de una tradición que ha sobrevivido siglos. Hoy, te invito a redescubrir la historia de las torrijas: un postre humilde que ha recorrido caminos inesperados.
Un dulce con siglos de historia
Las torrijas tienen raíces que se remontan a la antigua Roma. En el recetario de Apicio, uno de los primeros tratados de cocina, ya aparece una preparación que consistía en empapar pan en leche y miel. Pero no fue hasta el siglo XV cuando comenzaron a documentarse recetas similares en la península ibérica.
En sus orígenes, las torrijas no estaban ligadas a la Semana Santa. Se ofrecían como alimento nutritivo y reconfortante, especialmente recomendado a mujeres que acababan de dar a luz. El pan, elemento esencial y cotidiano, se transformaba en algo especial a través de una receta sencilla pero poderosa.
¿Por qué se comen en Semana Santa?
Con el paso de los siglos, las torrijas pasaron de la cocina doméstica a formar parte del calendario religioso. Durante la Cuaresma y especialmente en Semana Santa —épocas de abstinencia de carne en la tradición católica— este dulce se convirtió en una solución ideal: saciante, económico y libre de ingredientes prohibidos.
En muchas casas y conventos se preparaban en grandes cantidades. En zonas como Castilla, Andalucía o Madrid, incluso era habitual ofrecerlas en las tabernas durante las procesiones. Así, las torrijas se convirtieron en una seña de identidad cultural de estas fechas.
Versiones regionales: una receta, mil sabores
Aunque comparten una base común —pan remojado, rebozado, frito y endulzado—, las torrijas adoptan formas y sabores distintos según la región.
En Castilla y León, Castilla-La Mancha y Madrid, la versión más clásica se prepara con leche infusionada con canela y piel de limón.
En Andalucía es imprescindible el uso de vino dulce y un acabado con miel, que le da una textura más húmeda y sabrosa. En Navarra y Aragón hay versiones elaboradas con vino tinto y miel de romero.
Mientras que en Galicia y Asturias, algunas familias las preparaban con aguardiente o licor café, incorporando ingredientes autóctonos.
¿Y en Cataluña?
En Cataluña, las torrijas no formaban parte de la tradición gastronómica autóctona de Semana Santa. Durante estas fechas, el protagonismo lo tenía sobre todo la Mona de Pascua, un dulce emblemático que se regala a los ahijados el Lunes de Pascua.
Pero a partir del siglo XX, la llegada de miles de trabajadores procedentes de Andalucía, Castilla, Extremadura y otras regiones españolas (atraídos por el auge industrial de Cataluña) trajo consigo nuevas costumbres culinarias. Entre ellas, la tradición de preparar torrijas durante la Cuaresma y la Semana Santa.
Con el tiempo, este dulce se fue incorporando a la vida cotidiana de muchas familias catalanas con raíces de otras partes del país. Hoy en día, las torrijas también han llegado a las vitrinas de algunas pastelerías catalanas, especialmente en ciudades como Barcelona, donde chefs y reposteros reinterpretan esta receta con toques creativos y contemporáneos.
Del pan duro al brioche: evolución sin perder el alma
En su versión más tradicional, se utilizaba pan duro del día anterior —o incluso de varios días atrás— porque es ideal para absorber líquidos sin romperse. Hoy, sin embargo, muchas recetas optan por panes más suaves y ricos, como el brioche o el pan de leche, que aportan una textura más delicada.
La leche puede infusionarse con canela, clavo, vainilla, cáscara de cítricos o incluso con un chorrito de licor. También hay quien sustituye la leche por vino dulce, como es habitual en el sur de España.
El regreso de un clásico: de las abuelas a los chefs
Durante décadas, las torrijas fueron un dulce casero. No fue hasta los años 60 y 70 cuando algunas pastelerías de barrio empezaron a ofrecerlas, aunque sólo durante la temporada de Semana Santa.
A partir de los años 2000, con la revalorización de la cocina tradicional, las torrijas vivieron un auténtico renacimiento. Hoy se encuentran en cartas de restaurantes de alta cocina, presentadas con crema de leche infusionada, cubiertas de caramelo, acompañadas de helados artesanos o reversionadas con rellenos modernos. Algunos pasteleros incluso las sirven durante todo el año.
Lo bueno es que esta transformación no ha borrado su esencia: la torrija sigue siendo un postre emocional que remite a la infancia, a la cocina de las abuelas, a momentos compartidos.
Conservar la tradición también es cocinar
¿Y cuál es nuestro papel en esta historia? Transmitirla. Las torrijas no son únicamente un postre delicioso: son una parte de nuestra cultura, un dulce que ha acompañado a generaciones enteras durante la Semana Santa en hogares humildes.
Recuperar y respetar la receta tradicional es, en cierto modo, honrar nuestras raíces y recordar que, con ingredientes sencillos y saber hacer, se puede lograr algo profundamente reconfortante.
Hoy, en un momento en el que la gastronomía explora constantemente nuevas formas, sabores y técnicas, es más importante que nunca proteger y transmitir el valor de las recetas auténticas. Aprender a hacer torrijas como se hacían en casa de nuestras abuelas es una forma de mantener viva la memoria y de conectar con una cocina que no entiende de prisas, ni de modas, ni de lujos.
Porque el lujo, hoy, es el tiempo dedicado a lo que nos hace sentir bien.